Es hora de despertar a este oxidado blog. Me anima un cambio de década y una inminente paternidad muy buscada. A continuación, van unas cuantas divagaciones aleatorias de un nuevo cuarentón.
Padre pobre, madre pobre
Mi abuelo descendió del barco con una mano adelante y otra detrás. Llegó analfabeto, con 5 niñas y 6 años de combate a cuestas. Fortunato salió adelante a puro pulmón y sin ahorros. Una historia más del montón. Para mí, una historia de orgullo.
Mi madre, la menor, fue más afortunada: completó la primaria y luego confeccionó camisas durante 55 años con su máquina de coser industrial y su silla de madera. Antonia ahorró en ladrillos, pero no le alcanzó para terminar el revestimiento ni para pagar las deudas de mi padre.
El azar de la vida fue más generoso conmigo. Empecé desde cero, sin recursos ni rumbo. Pero un día pisé una universidad, y para mi familia era poco menos que pisar la luna. Luego, una multinacional me remuneró puntual y generosamente durante largos años por mover un ratón, confortable en una silla ergonómica y con el aire acondicionado encendido. No me podía quejar. Emigré, con más recursos y menos obligaciones que mi abuelo. Recorrí buena parte del mundo. Volví. Quizás me vuelva a ir. Aprendí a ahorrar e invertir. Sigo aprendiendo.
Santino vendrá a este mundo con unos privilegios y un panorama que sus ancestros no tuvimos. La señora Patagonia Valor y yo procuraremos ofrecerle más recursos y herramientas de las que nosotros recibimos. Igual que lo hicieron nuestros padres. Igual que lo hicieron nuestros abuelos.
No hay mayor inequidad que la suerte al nacer. Un lugar, un momento y una familia no elegidos. Aleatorias coordenadas impregnadas en nuestro ADN que determinan caprichosamente nuestras ventajas, privaciones y cicatrices mientras nos preparamos para vivir. Tras el parto nos lanzan las cartas con las que jugaremos el resto de la partida.
Ven a mi casa suburbana
Las oportunidades no abundan para los miembros de una familia obrera de un suburbio tercermundista (y pudo haber sido peor). La mayor parte de las personas de la mayor parte del mundo difícilmente accedan a una educación de primer nivel, empleos bien remunerados, redes de contacto, financiación para emprender o conocimientos valiosos. Techos de cristal desde la cuna. Medios escasos y desorientación. No hay padrinos. Nadie te señala la ruta hacia la prosperidad. Las puertas son pocas y pequeñas. Aunque te titules en ciencias económicas, difícilmente escuches sobre value investing o libertad financiera. Lo más cercano es el peluquero comentando algo sobre cryptomonedas mientras tijeretea alrededor de tu oreja.
Muy pronto sospechas que las personas que te rodean no conseguirán empleo en una gran empresa. Ni la crearán. Abandonarán sus carreras, o nunca las comenzarán. Trabajarán con sus manos, como sus padres y como sus abuelos. En el mejor de los casos atenderán una pequeña tienda barrial. No conocerán a directivos ni empresarios. En sus redes de contacto no les ofrecerán un trabajo calificado (aunque estén cualificados) ni les abrirán las puertas del progreso.
Entonces, después de remar hasta la extenuación, es una casualidad la que te inserta en nuevos hábitats. Así, y solo así, descubres el desarrollo profesional. Realidades ajenas para los de tu clase. Comienzas a convivir y competir con gente un poco más favorecida. Ellos eligen sus caminos dentro de un amplio abanico de opciones. Dan portazos cuando se cansan. Pueden explorar alternativas. Tienen espalda. Y saben qué puertas golpear. Sus márgenes de seguridad no abundan en tu barrio.
El último tren
Al mirar atrás, valoro especialmente un puñado de trenes que me trajeron hasta aquí. Escasas oportunidades a las que me aferré con vehemencia. Mi fórmula preferida: equiponderación de esfuerzo, curiosidad, suerte y determinación para aprovecharla.
Esfuerzo sí, siempre, pero calculado. No llegaré a los talones de mi abuelo. Pronto descubrí que es más importante la dirección que la velocidad. La vida es una maratón, no una carrera.
Curiosidad por aprender. Sobre finanzas y sobre otras yerbas. Sendas casualidades me llevaron a Kiyosaky y Graham. No serán los mejores ejemplos, desde luego, pero son los que me quitaron las vendas de los ojos. Luego vinieron Lynch, Bogle, Fisher, Greenblatt, Taleb, Kahneman, entre otros.
Prefiero la suerte antes que el talento. Creo en forjar destinos, pero más creo en la aleatoriedad, y no solo al nacer.
El día menos pensado pasa tu tren. Debes subir. No esperar segundas chances. Un empleo, una inversión, un amor. Hay demasiadas vidas rotas varadas en la estación.
Las pelotas de papá
“Sabes, dicen que un chico nunca se vuelve hombre hasta que haya enterrado a su padre. Y el mío ha estado muerto para mí desde que se fue, cuando tenía 12 años. No recuerdo si lloré, pero sí recuerdo que me vi obligado a crecer. Así que siempre me enternece ver a un chico que todavía tiene a su padre para apoyarse. A los contactos de su padre. Las pelotas de su padre, en lugar de las propias, que no han bajado del todo. Aférrate a este hombre, Chuck, que muy pronto, ya no estará contigo. Y por fin tendrás que hacer algo por ti mismo”.
Bobby Axelrod, en Billions
Es fácil señalar desde el escritorio que compró papá que aquí o allí falta cultura financiera. Ahorra duro. Deja el neflis y el estarbas. Escucha los consejos del gran Buffett. ¡Y aplícalos! ¿Qué esperas para comprar acciones de Apple o indexarte en el S&P500? O compra una minera de Burkina Faso, si tienes huevos. ¿Acaso no comprendes que 4 décadas después gozarás de los mágicos efectos del interés compuesto? A invertir que se acaba el mundo, insensato, que eres ciego porque no quieres ver.
En las redes abundan veinteañeros con posgrados que nunca trabajaron, pero dan sus primeros pasos en los mercados financieros jugando con las sobras de la familia. Rápidamente se convierten en youtubers que dan clases desde su habitación sobre cómo batir al mercado mientras la mucama les prepara la cena.
Ahorro duru
Para el grueso de los mortales la vida no es tan simple. La prosperidad a veces depende de la alineación perfecta de demasiados planetas. El ahorro proviene del sudor de su propia frente. Es el resultado de un gran esfuerzo de voluntad para prescindir de consumos, que con frecuencia rondan la base de la pirámide.
Los sacrificios realizados despiertan la aversión al riesgo. Por lo tanto, ese dinero probablemente acabe en activos aparentemente más seguros para un imaginario popular que no distingue entre bolsas y casinos: depósitos, bonos, propiedades. No les haría ninguna gracia inmolar tanto esfuerzo en una pantalla plagada de números que suben y bajan, pero nadie comprende.
El ahorro, cuando duele, te vuelve defensivo. Te enseña el significado de la escasez. Y se retroalimenta. Con el tiempo se transforma en una cualidad natural. Te toma de rehén, como toda experiencia recurrente. Acumularás, pero no querrás dilapidar aquello que sabes cuánto te costó ganar.
Aunque un día tu excel resista holgadamente un festejo de cumpleaños en aquel suntuoso restaurante, una parte tuya albergará malestar. Se negará a pagar de más por un banquete y una señalización innecesarios. Tu mirada te delatará cuando el mozo te traiga la cuenta. Ese exceso atenta contra tus instintos, aquellos que forjaste muy temprano, cuando las excentricidades no cabían en tu bolsillo.
Es inevitable. Me alegro cuando salvo unos centavos en una pequeña compra. Y me fastidio cuando pago unas monedas de más, aunque no altere mis finanzas. El síndrome de la utilidad intrascendente, se me antoja bautizarlo. Se muy bien que no soy el único que lo padece.
Segundo tiempo
La esperanza de vida indica que se me estaría acabando el primer tiempo. Nunca me interesó la riqueza. No deseo nada que pueda adquirirse con un gran patrimonio. Para mí, el lujo es vulgaridad, como sugirió Borges. El único verdadero lujo al que aspiro es a disponer libremente de mi tiempo. A comprarlo. A no tener que prostituirlo. A que nadie en mi familia vuelva a tener que huir de la miseria. A guardar bajo la manga la carta fuck your money. A eso que llaman Libertad Financiera.
Bueno, me voy a celebrar. Me esperan en el bar de la esquina.
En la memoria de Don Fortunato.