4 Motivos para seleccionar acciones (y no indexarse en el intento)
Invertir como actividad escalable. Dificultad para ganarle al índice. Retorno actual y proyectado. Ingresos derivados. Vocación.
Según Nassim Taleb, el inversor pertenece a un mundo que ha bautizado como “extremistán”, donde convive con los artistas, los deportistas y los escritores. Allí, las actividades son “escalables”: es posible añadir ceros a los resultados y existe un desproporcionado premio para unos pocos, mientras que a la gran mayoría les espera el sabor amargo del fracaso.
En el mundillo financiero circulan frecuentemente estadísticas que demuestran que superar al índice es una proeza difícilmente alcanzable. También abunda literatura que refuerza esta idea. Si algo nos enseñó John Bogle, es que esto es cierto incluso para inversores profesionales, o quizás deberíamos decir que es cierto especialmente para ellos, considerando gastos y comisiones.
El optimismo humano, sesgado por las hazañas de inversores supervivientes alienta el triunfo de la esperanza por sobre la razón. Nos empuja a intentar ganarle al mercado o, peor aún, a confiarle nuestro dinero a alguien para que lo intente por nosotros a cambio de un módico honorario.
A pesar de la magnitud del desafío, encuentro cuatro motivos por los que puede valer la pena dar rienda suelta a la aventura de seleccionar acciones:
1. Retorno
Ya anticipamos que ganarle al índice es difícil, no imposible. Los vencedores no abundan, pero existen. Sin embargo, no alcanza con caber dentro del selecto grupo de inversores talentosos que baten sistemáticamente al mercado; o afortunados, como quien apostó todo a Facebook porque le gustaba pasar tiempo en la red social.
Para que sea redituable la labor, se debe conseguir un exceso de rentabilidad por encima del índice de referencia elegido, tal que remunere adecuadamente las horas dedicadas.
Además de tiempo incurrido, según el exitoso gestor Bill Ackman, para medir la rentabilidad deberíamos considerar “el daño cerebral invertido” (ROIBD: Return on invested brain damage). Pero es difícil cuantificar las consecuencias del desafío intelectual y emocional.
Si la ecuación no lo justifica, entonces sería recomendable recurrir a un fondo o ETF pasivo y mirar para otro lado.
La fórmula incluye premisas muy personales: el capital invertido; la rentabilidad porcentual esperada; el tiempo dedicado y el salario por hora adecuado.
Simplificando:
Supongamos que alguien invierte €100.000, dedica unas 260 horas anuales (5 semanales) y, a partir de un arrebato de fe desmedido después de leer a Peter Lynch, espera obtener un 20% anual de rentabilidad mientras que el índice de referencia ofrece un 10%. De esta manera, consigue un retorno de €38,46 por hora dedicada (10% de 100.000, dividido 260). Esto es casi lo mismo que gana por hora una persona cuyo salario mensual es de €6.000. Podríamos entonces asegurar que justificará el retorno de la inversión quién venda su tiempo por una suma inferior a esa.
Es importante ser realistas con las premisas. Para moderar expectativas, tengamos en cuenta el retorno excedente aproximado por encima del índice S&P 500 (con dividendos reinvertidos) de los grandes inversores:
Este primer motivo se basa en una mirada estática: no tiene en cuenta el tiempo dedicado en el pasado para formarnos ni la rentabilidad futura potenciada con la magia del interés compuesto, lo que nos lleva al segundo motivo: el retorno proyectado.
2. Retorno proyectado
Warren Buffett en sus inicios le pidió a su mentor, Benjamin Graham, que le permita trabajar gratis para él. La respuesta fue que “gratis” sería un sueldo demasiado alto.
Hace falta invertir tiempo para aprender. Todos trabajamos como estudiantes, sin percibir haberes. A veces es necesario pagar para obtener una formación de calidad. Esto aplica para cualquier profesión. El mundo de las inversiones no es la excepción: horas de lecturas, cursos y conferencias para dominar metodologías y herramientas para investigar el mercado y las empresas. Todo ello, es trabajo no remunerado. Es la preparación necesaria para convertirnos en inversores exitosos.
En las etapas tempranas del inversor seguramente no se cosechen los frutos esperados. El capital inicial puede resultar insuficiente, los errores abundantes y la rentabilidad miserable o negativa.
Por estos motivos, la fórmula del punto anterior no aplica para novatos. Sin embargo, sí puede ser utilizada como proyección para estimar si el futuro será o no prometedor.
Las personas que controlan sus finanzas llevan una contabilidad de sus gastos. Un buen hábito para los inversores particulares es apuntar las horas dedicadas a la selección de acciones. Llevar la cuenta en una libreta o en una hoja de cálculo nos permitirá determinar a fin de año las horas reales invertidas, que suelen diferir de las percibidas. Este es un dato fundamental para proyectar los retornos y valorar si vale la pena sustituir los fondos indexados por la gestión personal activa.
3. Ingresos derivados
Están quienes invierten para sí mismos, permaneciendo en el anonimato.
Están quienes se sumergen en la generosa tarea de compartir con la comunidad sus conocimientos y experiencias acumulados en forma totalmente gratuita y desinteresada. El mérito es doble, porque hace falta ser buenos inversores y, además, comunicadores.
Están quienes se involucran en un juego cooperativo donde, a parte de divulgar, pretenden evolucionar como inversores a través de la retroalimentación de terceros, el intercambio de opiniones o la escritura en sí misma, como proceso clarificador de las ideas. Sus aportes son recompensados, al menos parcialmente, por información valiosa, una mayor autoconfianza o, por lo menos, por una pequeña dosis de dopamina, mediante los “me gusta” y los valorados agradecimientos.
Por último, están quienes se exponen aún más, asumiendo esfuerzos y riesgos adicionales al trabajo de seleccionar acciones con el objetivo de obtener otras fuentes de ingresos y de motivaciones. Por ejemplo, a través de contenidos monetizados (blogs o podcasts con publicidad, suscripciones aranceladas, programas de afiliados, etc.), cursos, libros, asesoramiento o gestión de patrimonio de terceros.
En casos excepcionales de éxito “escalado”, este lucro complementario se convierte en el principal, como el gestor de fondos que gana más en comisiones que en rentabilidad por su propio capital invertido o el gran escritor de Best Sellers sobre el mercado de valores, cuya fuente de ingresos primaria procede de los derechos de autor.
Para el común de los mortales, hablamos de una moneda extra y no de gruesos billetes. Dedicarse a estas causas por lo general puede ser algo o nada redituable.
A la ecuación del retorno sobre la selección de acciones, se le debe sumar tanto el ingreso adicional a percibir como el tiempo extra invertido. En el mejor de los casos, el resultado será un beneficio económico. Si no, al menos se obtendrá un poco de satisfacción, un beneficio no monetario. Cada inversor deberá valorar si es suficiente para justificar la dedicación.
4. Amor al arte
Nos tiene que entusiasmar demasiado analizar empresas para dedicarnos a ello. Generalmente, el placer de realizar una actividad es suficiente para que valga la pena la faena. Hacerlo con pasión es incluso necesario cuando se cumple alguno de los tres motivos anteriores.
Fuentes:
El Cisne Negro, Nassim Taleb, 2007
Excess Returns: A comparative study of the world's greatest investors, Frederik Vanhaverbeke, 2014